La mitología contiene relatos que forman parte de una religión o
cultura. Son narraciones de origen sagrado y tienen una serie de
creencias de carácter imaginario.
El Minotauro era un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Era hijo de Pasífae y el toro de Creta. Minos rey de Creta, pidió apoyo al dios Poseidón para que su gente lo aclamara como un temprano rey. Poseidón lo escuchó e hizo salir de los mares un hermoso toro blanco, al
cual Minos prometió sacrificar en su nombre. Sin embargo, al quedar
Minos maravillado por las cualidades del hermoso toro blanco, lo ocultó
entre su rebaño y sacrificó a otro toro en su lugar esperando que el
dios del océano no se diera cuenta del cambio. Al saber esto Poseidón,
se llenó de ira, y para vengarse, inspiró en Pasífae un deseo tan
insólito como incontenible por el hermoso toro blanco que Minos guardó
para sí.
El minotauro fue encerrado en el laberinto de Creta, construcción realizada por el ingenioso Dédalo. Cada año siete muchachos y las siete doncellas, eran internados en el laberinto, donde vagaban perdidos durante días hasta encontrarse con la bestia, sirviéndole de alimento. Teseo fue elegido entre los catorce tributos. Se dispuso a asesinar a la bestia. Al llegar a Creta Teseo conoció a la princesa Ariadna quién se enamoró de él y le advirtió que no entrase allí, pero Teseo la convenció de que él podía vencerlo. Ariadna, viendo la valentía del joven, se dispuso a ayudarlo, le entregó un ovillo de hilo, el cual debía de atar un cabo del ovillo en la entrada Así, a medida que atravesara en el laberinto el hilo recordaría el camino
y, una vez que hubiera matado al Minotauro, lo enrollaría y encontraría
la salida. Teseo recorrió el laberinto hasta que se encontró con el Minotauro, lo
mató y para salir de él, siguió de vuelta el hilo que Ariadna le había
dado.
“En el laberinto, uno no se pierde, se encuentra. En el laberinto, uno no encuentra al Minotauro, se encuentra a sí mismo” Hermann Kern.
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